6 de diciembre de 2014

Una sugerencia =)

En esta época de fiestas y presentes, ¿qué mejor regalo puede haber que un libro? ;)


¡Felices fiestas! =)

24 de octubre de 2014

No leemos por culpa del colegio...

En estos días ha vuelto a rondar un tema recurrido y nunca terminado en torno al gusto por los libros y el efecto (negativo) que causa el sistema educativo público sobre los hábitos lectores. Lo tocó Virginia Pérez de la Puente en Facebook, y luego en su blog, a raíz de un tweet muy curioso de alguien que declaraba su aburrimiento hacia los libros que tenía que leer en el colegio y su extraña (presente) afición por la saga de Canción de Hielo y Fuego del escritor George R. R. Martin. El tema también ha rondado por otros círculos y es recurrente en muchos círculos de lectores, en charlas en torno al fomento de la lectura y hasta en conferencias para padres: ¿por qué parece que el sistema escolar logra que los estudiantes aborrezcan la literatura cuando acaban su enseñanza secundaria? Salen del colegio y juran no volver a tocar una novela o un cuento o un poemario en su vida, a menos que tengan que leer alguno (de nuevo por obligación) en sus cursos universitarios.

Muchos cumplen su promesa. Pasan años y hasta décadas sin tocar la literatura.

Sin embargo, como hace unas semanas apunté, pude advertir que la concurrencia a la Feria del Libro de Costa Rica 2014 fue abundante y que muchos se acercaron a los stands con el ánimo de comprar libros para leer por puro placer. O sea, que no todo está perdido, parece. hay lectores adultos, aún no "echados a perder". Claro que algunos se quejan sobre lo que esos lectores adultos buscan para leer: la llaman mala literatura o literatura comercial, o incluso le aplican apelativos mucho más fuertes. Se quejan de que la gente no lee "buena" literatura. Y de nuevo surge la pregunta: ¿por qué? (*no me enredaré en este punto sobre lo que es "buena" literatura y lo que no, pues da para tesis completas).

Virginia avanza la teoría de que el sistema educativo enfocado en la literatura se encarga de inculcar un aborrecimiento sistemático y decidido hacia los libros de literatura, sean de género narrativo, lírico o dramático, y que su estrategia es obligar a los chicos de 13 años en adelante a que lean libros no apropiados para su edad ni formación ni contexto. En otras palabras: libros aburridos. En este sentido, leer El Cantar de Mio Cid a la edad de 13 años, o La Celestina, o Don Quijote de la Mancha, ya que estamos, es el medio perfecto para que los estudiantes comiencen a odiar la literatura. ¿Cómo podrían ellos comenzar por entender semejantes obras del pasado, escritas en un español que ya no se usa ni se recuerda y que tratan temas que les importa poco? ¿Cómo no van a pensar que son aburridos, ¡qué va!, aburridísimos? Leyendo semejantes obras y haciéndolo so pena de perder la materia, es la mejor manera de enseñarles la noción de que leer es un castigo y de que lo mejor que un chico como ellos puede hacer para divertirse es cualquier otra cosa que no sea tocar un libro.

He pensado sobre el sistema educativo que impera en Costa Rica y he llegado a la triste conclusión de que se parece mucho al que se estila en España, con la salvedad de que en años recientes el MEP abrió las listas de lecturas para secundaria y ahora les ofrece la posibilidad a los profesores de español de escoger las obras literarias con cierto grado de libertad. Sin embargo, la queja de que los ticos no leen es la misma que la de los españoles, y las excusas para no leer son también las mismas: los libros son aburridos.

¿Qué podría hacerse para fomentar la lectura? Ya sabemos que entraña muchas ventajas para el cerebro humano y para la sociedad en su conjunto, pero hasta ahora los esfuerzos del sistema de educación pública parecen abocados en desestimular la lectura antes que fomentarla. Por ejemplo, aquí en Costa Rica ahora tenemos la norma de que un niño de 7 años está imposibilitado para aprender a leer en un año y que necesita dos. Que a esa edad deben aprender "jugando". Luego tenemos estudiantes de undécimo año fallando las pruebas de comprensión de lectura y de razonamiento verbal y todo el mundo dice que qué barbaridad, que hay que "ponerlos a leer". ¿No empata una cosa con la otra? ¿Por qué hacerles creer a los padres que leer es un acto dificilísimo, que debe se aprehendido por medio de engaños (juegos)? ¿Por qué insistir en forzar a los adolescentes a leer este libro y este otro bajo esquemas rígidos de "análisis", mientras se aprenden una pila de datos históricos que los jóvenes no consideran relevantes?

Pienso que mucho de este asunto está en nosotros mismos, los adultos. Aprendimos a que en la escuela y el colegio "se leía", pues era obligatorio, parte del sistema, pero que las diversiones estaban fuera de la casa y del colegio: en la cancha, en el centro comercial, en la soda, donde las actividades nunca guardan relación con la lectura. Aprendimos que el chico "cool" es el que juega bien un deporte, que la chica "cool" es la que se ve muy bonita y tiene amigas y es sexy. Aprendimos que leer es para los "nerds", o sea, los aburridos, los que carecen de vida social y por tanto, de prestigio. Y crecemos y nos hacemos adultos y conseguimos trabajos y nos sentimos muy cansados y nuestros placeres se reducen a ver televisión, tomar una cerveza con los amigos el viernes a la salida o a veces, ir al cine. Nunca leer. ¡Por favor, no! Ya leo suficiente en el trabajo. ¿Cómo podría "divertirme" con una novela, por ejemplo? ¿No es más fácil ver "la película"? Y aunque les decimos a nuestros hijos que lean los libros del colegio, les transmitimos una completa desgana por la lectura.

Hay algunos de nosotros que no somos así, sin embargo: todavía existen los lectores (adultos). Pero... ¿qué leen? Vamos a ver: ¡no libros aburridos! Oh, no. Los libros aburridos son los del colegio. ¿Cómo superaron la prueba entonces? ¿Cómo lograron mantener intacto su amor por la lectura? Virginia y otros como ella piensan que por una razón muy simple: porque habían desarrollado la afición por la lectura en su casa, antes de llegar al opresivo sistema de enseñanza secundaria que hacer aborrecer los libros. (Yo, por ejemplo, aprendí a leer en mi casa antes de entrar a la escuela y solía pasármela leyendo cuanto material "leíble" encontraba, por pura afición personal. No recuerdo, por ejemplo, que algún profesor me hubiera inculcado algún especial placer por la lectura).

Lo que nos deja en una situación de profunda desesperanza. ¿Qué hacer para crear una verdadera afición por la lectura, para ver los libros no como medio idóneo para quedarse dormido sino como placer profundo y personal que puede brindar íntima satisfacción?

Lo hablaremos en la próxima, porque... bueno, tengo alguna que otra conjetura al respecto. =)

24 de septiembre de 2014

Pensamientos varios

A casi un mes de haber concluido la XV Feria Internacional del Libro 2014 en Costa Rica y ya instalada en mis rutinas normales, he tenido algunas reflexiones que solo en la distancia suele uno tener: comienza a ver los acontecimientos con una perspectiva agradable, sin estar envuelto en prisas ni preocupaciones, mucho menos, deberes. ¿Qué he pensado?

Pues algo bueno y algo no tan bueno, como suele suceder.

Creo que la sensación más agradable que me dejó la Feria fue el nutrido número de personas que acudieron a la cita con el ánimo de comprar libros que -obviamente- piensan leer. ¿Por qué debería resaltarlo? Pues, porque toda la vida he escuchado que en Costa Rica nadie lee, que en el mundo hispanohablante nadie lee, que solo somos los mismos escritores los que nos leemos a nosotros mismos (como si tal cosa pudiera sostener una industria editorial tan inmensa); que nuestras generaciones jóvenes (y en eso han pasado años y años, por cierto) solo destinamos tiempo a las pantallas, cualesquiera que sean (televisores, tabletas, computadoras, teléfonos "inteligentes", etc.); que si leemos solo son revistas y secciones deportivas; etc., etc., etc. Y, claro está, que no es posible que una feria de libros subsista solo con libros, ¡vamos, por favor!, pues si nadie lee, nadie compra libros (al menos no por placer).

Y he aquí que en varios días que estuve en la Feria vi cómo la gente se aglutinaba en los puestos de editoriales y librerías con el ánimo de comprar libros de muy variada índole, que habían llegado a buscar (o quizá a explorar) ex profeso. O sea, que no llegaron por casualidad, para ver un grupo musical o una representación, un baile o una venta de celulares. Llegaron porque sabían que encontrarían libros, muchos de los cuales buscaban por placer. ¡Por placer! Y además, porque como comprobaron quienes estuvieron recorriendo los pasillos, los precios eran variados, muchos muy razonables, puesto que sí había verdaderas oportunidades (con descuentos, regalos, y demás). Se dieron cuenta, pues, de que eso de que los libros son "muy" caros solo es una excusa de quien nunca pensará que comprar un libro está entre sus intereses.

O sea, que sí hay lectores. (Lo que me regresa a aquella pregunta que me he hecho muchas veces: ¿por qué insisten algunos en la noción de que la gente "no" lee? ¿Será que les enoja la posibilidad de que la gente no lea de forma masiva los libros que a ellos les interesan? ¿A eso se refieren con la noción de que no "se lee"?).

Otra sensación agradable, por supuesto, fue la posibilidad de intercambiar opiniones y pensamientos con lectores de mis libros. =) La sensación de que alguien está leyendo Señora del tiempo, o de que ha leído Una sombra en el hielo (¡después de tantos años!) o alguno de los relatos que he publicado en antologías, no se compara con la posibilidad real de hablar con un lector cara a cara y que te exprese sus propias ideas e impresiones con palabras claras. Nada de suposiciones. Directo. ¡Fue estupendo! Una de las sensaciones más atesorables que he de tener en la vida. =)

Por el lado negativo, pues... La Feria tuvo sus fallos: desorganización en los eventos especiales, por ejemplo. Tenía programada una charla para un día a las 11 de la mañana y por culpa de esa desorganización no pude darla hasta más de media hora después. Al final salió muy bien y fue muy gratificante, pero no creo que estos malos entendidos en cuanto a horas y lugar de eventos debieran repetirse en el futuro. Después de todo, la gente que acudió a la Feria no solo se interesó por los libros en sí, sino también por las conferencias, charlas y mesas redondas que se habían programado y para las que sacaron su tiempo.

Otro detalle negativo: la disposición de los stands en la Antigua Aduana. Muchos paneles cortan el panorama y te dan esa extraña sensación de que entras en túneles y de que no puedes apreciar el colorido y la variedad de los libros que ahí se exhiben. Esto no sucedió en la Casa del Cuño, pues ahí la decoración fue más sencilla, más amigable con el visitante, más agradable para explorar y apreciar las colecciones.

¿Algo que también cambiaría? Los puestos de comida. Los dejaría afuera, bajo un toldo grande y espacioso, al lado de los comedores, a donde la gente pudiera acudir sin estrecheces, donde pudiera sentarse cómodamente y de donde no llegaran ruidos molestos para los salones de conferencias. En otras palabras, no permitiría que interfirieran con las actividades literarias que se gestaban en el interior de la Antigua Aduana, pues cuando uno estaba en un salón y trataba de escuchar al conferencista, de pronto le llegaba el ruido de algún aparato en el puesto de comida más cercano y los gritos y risas de la gente, justo al lado, o sus quejas, intentando desplazarse. Así que, puestos de comida: ¡que se reubiquen!

¿Qué no hace falta? Los conciertos, en especial de música rock o bailable. No creo que este tipo de música compagine bien con una feria donde la gente busca comprar libros y asistir a conferencias sobre literatura o a presentaciones de nuevos títulos. Tampoco creo que quienes fueron a los conciertos tuvieran interés en la Feria en sí. Una Feria del Libro necesita música suave, de acompañamiento, a veces. No más. Coros o música de cámara en presentaciones especiales, fuera de los edificios principales, quizá. Los festivales de música ya tienen su espacio y su momento a lo largo del año y nadie los echaría en falta en la Feria.

¿Qué sí hace falta? Más promoción en torno al libro el resto del año y durante la misma feria. Esta estuvo concurrida y fue exitosa, pero pienso que sería interesante que hubiera ferias en provincia, que hubiera más eventos de lectura de libros (no solo de poesía), más artículos en prensa, más cobertura de autores y títulos, más actividades relacionadas con la literatura en movimiento. Algo así. Sé que jamás alcanzará la difusión o la popularidad de un deporte masivo -como el futbol- o de las ferias de tecnología de punta, pero sé que con mayor entusiasmo y partiendo del presupuesto -verdadero- de que la gente sí lee y sí se interesa por nuevos libros, podríamos lograr un país más activo en esta rama de la cultura a la que muchos aún no le dan la importancia que tiene. =)

29 de agosto de 2014

Firma de libros en la Feria del Libro

=) Pues aquí está el programa de firma de libros para este fin de semana en la Feria del Libro. ¡Es el último fin de semana! Aquí los veo:


14 de agosto de 2014

¡Otro momento para atesorar!

Pues no todo el tiempo se está en una lista de bestsellers y ¡hoy descubrí que Señora del tiempo logró ocupar el 5to. puesto de "Bestsellers" de Librería Internacional a solo 15 días de lanzado!:  (muchísimas gracias a todos por honrar mi novela con su confianza)




7 de agosto de 2014

Detrás de una obra literaria

Hace un par de meses, en una clase de teoría literaria en la universidad, comentando sobre las dificultades que enfrentaba cierto sector artístico para llevar adelante sus proyectos, una chica expresó en voz alta sus quejas sobre lo oneroso que resultaba conseguir profesionalidad en dichos proyectos si todo el tiempo se enfrentaban tantos obstáculos, como por ejemplo las crisis económicas o la falta de apoyo estatal, entre otros. Mientras la escuchaba, me pareció pertinente todo cuanto decía, hasta que de pronto, mencionando la relación de dicho sector con los autores literarios, la chica se expresó más o menos así:

"Ah, pero para el escritor es diferente. Él solo tiene que sentarse a escribir y ya."

Me quedé pasmada, en especial porque el resto de la audiencia parecía estar de acuerdo con esa noción. "El escritor solo tiene que sentarse a escribir y ya." El "ya" me impresionaba. Sentarse a escribir es un acto obvio, ¿no?, nadie escribe de pie y muy pocos logran escribir mucho tiempo acostados, por lo que sentarse a escribir es un acto casi natural. Pero el "ya" me preocupaba. ¿Qué quería decir? ¿Que no había trabajo detrás de una obra literaria cualquiera, llámese poemas, dramaturgia, novela o cuento, ensayos? Eso parecía.

Luego me puse a pensar que quizá no debí haberme sorprendido tanto. ¿Cuántas veces no he escuchado la romántica noción de que el autor literario escribe "por inspiración"? ¿Cuántas veces no se ha imaginado alguien a un autor siendo visitado por una "Musa" y poniéndose a escribir como loco gracias al golpe del "genio"? Una imagen muchas veces repetida es la del autor frente a su máquina de escribir y multitud de papeles arrugados alrededor porque no encuentra la palabra "perfecta", el giro "mágico" o qué sé yo. Pero solo está el autor y su máquina de escribir. O el autor y un puñado de hojas en blanco y un lápiz o una pluma. Nada más. Como si el autor realmente no necesitara nada más.

A raíz de una interesante conversación en torno a un tema relacionado, el escritor español Teo Palacios sugería que muchas veces no se aprecia el enorme trabajo que hay detrás de cualquier obra literaria seria y que muchas personas consideran aún que un autor no puede considerarse como un "trabajador", porque escribir literatura "no es un trabajo", es tan solo un "pasatiempo", una "diversión". Y pensé que era lógico que se pensara así, si todavía persiste la idea romántica que mencioné más arriba: el autor literario no necesita más que una hoja y una pluma y un golpe de inspiración.

Pues ya quisiera.

He aquí la realidad: una novela, una colección de cuentos, un poemario, una colección de ensayos literarios, un drama teatral, es el producto de horas y horas de trabajo. Así de simple como suena. ¿Que se necesita inspiración porque estamos después de todo frente a un acto artístico como es la literatura? Pues sí, claro, pero no me negarán ustedes que también se necesita buenas dosis de inspiración para llevar adelante una clase que hay que impartir, un caso jurídico o médico que hay que atender, una larga atención a clientes que hay que sobrellevar y un largo etcétera. La inspiración, esa motivación venida de no se sabe dónde, es un aliciente necesario, cotidiano, que la mayoría de los seres humanos necesita para sobrevivir a su vida diaria, cargada de obligaciones, imprevistos e incidentes varios.

Claro que un autor necesita también otra inspiración, la artística, pero con solo la inspiración normalmente no se hace más que empezar. Vamos, que es solo el primer paso, no la creación entera. Durante el proceso será preciso intentar recuperarla, en especial cuando nos enfrentamos a los primeros obstáculos, pero ella sola no escribe una obra literaria.

¿Qué tipo de trabajo hay detrás de una obra literaria?

Pues... uno grande. Empecemos con una idea. La acariciamos, la redondeamos, nos enamoramos de ella (aquí está la inspiración). Nos parece genial. Y escribimos algunas notas en un cuaderno, en la computadora, en el teléfono celular o en la servilleta. Donde se pueda. Lo importante es no perder "la idea".

Acto seguido, es preciso saber si la idea es realmente el germen de una obra de verdad o solo es un sobrecalentamiento del cerebro. Para eso es preciso investigar. Y he aquí una de las partes más obviadas, nunca dichas, mucho menos celebradas, del trabajo del autor literario: la documentación. Hablo, por supuesto, de autores serios, responsables, que se toman con realismo la creación de su obra, no de aquellos aficionados que solo se divierten un poco después de cenar, para quienes eso de la documentación es hablar en chino. ¿Para qué voy a documentarme si lo que quiero es juntar letras que solo voy a leerle a mi pareja? Pues, no, los autores que dedican tiempo serio y que están decididos a crear una obra literaria completa, que pueda ser leída por lectores desconocidos, suelen pasar el tiempo de la documentación muy atareados.

Ah, me dirá alguien, pero eso dependerá de qué tipo de obra literaria está uno escribiendo, ¿no? Si voy a escribir una novela histórica o política, o voy a construir un relato policíaco, resulta muy evidente que investigue sobre el periodo histórico que me propongo novelar o los detalles del mundo criminal sobre el que he de ambientar el relato. Y así es, pues puede uno cometer una tontería garrafal si no investiga primero que en el siglo XVI la gente comía esto y aquello pero no esto otro, por ejemplo. Ahora bien, aunque no pueda parecer tan obvio, en realidad la investigación previa es necesaria con cualquier tipo de obra.

Pongamos por ejemplo una novela romántica ambientada en París. Al menos debe uno conocer París. ¿No la conozco personalmente? Pues a investigar. Y si el asunto se complica, mejor ambientar el romance en mi pueblo local, que eso de usar París sin conocerlo solo puede traer complicaciones exorbitantes. Pero aún si uno usa el pueblo local, tiene que saber muchos detalles del estilo de vida propio. Eso significa que si uno es un auténtico "ermitaño" natural, ya es hora de salir de casa.

Otro ejemplo clásico: ciencia ficción. Por muy estupenda que parezca una idea rara que involucra innovaciones dramáticas, es preciso saber si realmente es un planteamiento científico posible o si solo es una charlatanería, pues sería tristísimo construir una tremebunda trama alrededor de una tontería demostrada como improbable. Peor aún: que ya haya un millar de historias parecidas sobre la misma idea. Por ejemplo, mientras me documentaba para Señora del tiempo, descubrí que las nociones que yo tenía sobre los sismos que preceden a los volcanes eran totalmente desproporcionadas con la realidad, lo que me obligó a descartar toda una línea de acontecimientos que originalmente iban a ser importantes en la novela.

¿Y si es fantasía? ¿No debería ser más sencillo? Mucha gente cree que cuando un autor escribe fantasía la tiene sencillísima porque todo es "inventado". Pues no. La fantasía podrá ser muy fantasía, pero la historia tiene que ser coherente y ser coherente significa seguir sus propias reglas, reglas que el autor debe plantearse seriamente desde el principio. Muchas veces, por no decir que todo el tiempo, esto significa que el autor tiene que investigar. ¿Qué? Pues detalles. Si el mundo fantástico está ambientado en medio de cuevas, ¿cómo es una cueva que parezca creíble? Si en el mundo fantástico las criaturas tienen seis patas y no cuatro, ¿a cuánta velocidad sería creíble que corrieran? Y si no corren a la velocidad creíble, ¿a cuánta lo hacen? ¿Cómo se describe una raza fantástica? ¿Qué es una raza? ¿Y si inventa religiones, sistemas políticos, sistemas educativos? Creo que ya pueden hacerse una idea.

Pongamos por ejemplo una obra dramática. Muchos dramaturgos deben no solo lidiar con su idea y su propuesta sino también con otros aspectos extraliterarios que incidirán en su obra: por ejemplo, ¿trabaja para una compañía teatral que solo cuenta con, digamos, seis actores y no podría montar una obra en un escenario fantástico, épico o rural? ¿Tiene que viajar con la compañía o lidiar con directores con ciertas ideas acerca de los montajes? ¿Puede o no contar con música o efectos especiales? Etc. Todo esto puede ser parte de la misma investigación previa que debe realizar el dramaturgo y representa un peso enorme para la creación de la obra.

La investigación suele tardar un buen tiempo, dependiendo de cuán veloz es el autor para leer y reunir conocimientos o cuán complicado o sencillo es su libro. Pero de ahí en adelante viene la parte directa: hay que sentarse a escribir. Y este proceso puede tomar semanas, meses o incluso años. No es tan fácil como que el escritor se siente "y ya". Oh, no. Aún si no tiene el problema de la página en blanco (o sea, que no se le ocurre qué decir o cómo decirlo), estructurar la secuencia de acontecimientos, relacionar personajes, introducir ideas, defender posiciones, narrar hechos vertiginosos o lentos, violentos o apacibles, y darle un final conlleva muchas horas de dudas, de regresos, de páginas enteras borradas, de capítulos enteros borrados o quizá de escenas o actos enteros cambiados. Ha habido autores que descartan novelas completas y las reescriben una vez que se dan cuenta de que no han "funcionado". Entretanto, mantener la "inspiración" no es fácil, pues este proceso puede acarrear algunas frustraciones y no pocas dudas. Eso, si la idea original no ha debido cambiar porque otra mejor apareció en escena o porque, tras la documentación correspondiente, uno se dio cuenta de que no servía.

Se termina el primer borrador y es solo eso: el primer borrador. Nunca verá la luz de una publicación si el autor es serio, pues este primer borrador suele ser muy cambiado tras la primera revisión. Y tras la segunda y la tercera. Las revisiones son dolorosas y lentas, pero necesarias, y no afectan solo al fondo de la obra sino también a su forma (¿está bien escrita? ¿los párrafos están bien separados? ¿se usa un formato adecuado? ¿es muy larga? ¿muy corta?, etc.). Todo esto lleva tiempo y esfuerzo. Horas y horas de lectura, de correcciones, de añadidos o recortes. Y si el autor cuenta con la fortuna de tener un lector confiable que pueda darle su primera opinión de recibo, el tiempo dedicado a las revisiones puede ser aún más prolongado.

Y entretanto, hay que comer, mantener el hogar limpio y ordenado, relacionarse con su familia o amigos, ir de compras y, la mayor parte del tiempo, ir al trabajo de día, ese que le permite al autor pagar sus facturas, que no es tan emocionante ni maravilloso y que suele ser tan cansado como el de escribir.

¿Cuándo duerme?

Cuando puede. Entretanto, el trabajo continúa. El "ya" se ha estirado en el tiempo y lo que iba a ser una obra de un mes se convierte en un trabajo de 6, 12 o 18 meses. O más.

Y solo es de esperar que continúe vigente, pues si para el momento de terminar descubre que su idea acaba de ser descartada por un informe técnico o por un grupo de científicos o por un panel de expertos, cuidado: quizá hay que volver a empezar. =)

4 de agosto de 2014

Ese momento...

... en que te sientes en éxtasis porque tu libro, sí, ese que escribiste en soledad y luego amaste profundamente y que tras un periodo de revisiones y lecturas, finalmente vio la luz de una publicación editorial, sí, ese, ¡ahora puedes verlo en la vitrina de una librería! Ah... momento para atesorar, ¿no creen?


Ayer, cuando pasaba por las calles de San José centro, me tropecé con esta hermosa imagen: "Señora del tiempo" en la vitrina de la librería. Jamás habría podido resistir la tentación de tomar una foto... jamás. Imágenes así, no las ve uno todos los días, ni todos los meses, ni todos los años. Así que, aquí están. =)




1 de agosto de 2014

Hermosa velada



Ayer presentamos Señora del tiempo en la Librería Internacional de Multiplaza Curridabat, tal como había sido previsto y solo puedo decir que quedé muy complacida. Siempre había tenido la ilusión de presentar un libro (mío) en una librería, pues el estar rodeados de tantos libros (¡precioso panorama!) no solo te hacía sentirte como "en casa" sino también mucho más inspirado. Ahí estaban, desde los autores más clásicos (como Víctor Hugo, por ejemplo) hasta los más modernos (como John Green o Isabel Allende), y en medio de todos, mi novela y yo, más colegas, amigos, familia y gente estupenda que asistió a la presentación con el fin de enterarse sobre lo que Señora del tiempo podía ofrecer.



Los detalles de la mesa principal, incluyendo las flores; las sillas elegantemente "vestidas", las luces suaves, apropiadas para un ambiente acogedor, un servicio de refrigerio que incluía algunos vinos, la gente sonriente, hablando de literatura y de experiencias, en fin... no pude haberlo deseado mejor ni esperado mejor.


A quienes me acompañaron, les agradezco muchísimo su presencia, me hicieron sentir especial. A quienes me acogieron, la librería, les doy las gracias por la fineza y el buen gusto con que engalanaron el lugar. Y a mi editor, Óscar Castillo y a mi presentadora, Emilia Fallas, las más calurosas gracias por su decidido apoyo y sus palabras. =)


31 de julio de 2014

Hoy 31 de julio...

... los espero en la presentación de Señora del tiempo en la Librería Internacional a las 6:30 p.m. =)
(Luego, a quienes no puedan ir, les contaré cómo nos fue)...

=)

21 de julio de 2014

Sobre las razones para escribir novelas

Y yo añadiría "para escribir cualquier obra de ficción, como cuentos, poesías o dramas", pero se entiende. ¿De qué estoy hablando? Pues, comento un artículo que había sido escrito por Javier Marías hace unos años y que recientemente apareció en su versión inglesa en The Independent: se llama Siete razones para no escribir novelas y una sola para escribirlas. Habla, con acento frustrado, del absurdo empeño del novelista en un mundo donde no se le aprecia ni del que recibe justificadas razones para seguir en su empeño, y que si sigue escribiendo es por la única razón que expone para hacerlo.

Las razones "negativas" son:
1. Hay demasiadas novelas y gente que las escribe.
2. (Unido a lo anterior) No tiene mérito escribir una novela, pues parece que todo el mundo lo hace.
3. No da dinero (solo una ínfima parte lo hace), pese al ingente trabajo detrás de su creación.
4. No da fama tampoco, y si la da, es momentánea, pequeñita. La fama se obtiene de maneras más sencillas.
5. Tampoco da la inmortalidad, que por otro lado, apenas existe.
6. Ni halaga la vanidad, porque el creador (o sea, el novelista), apenas se entera de la reacción que produce en sus lectores, si acaso la produce o tiene lectores.
7. Es un trabajo solitario y angustioso que aporta más sufrimientos y frustraciones que un éxtasis romántico.

¡Menuda lista! Él la desarrolla con su magnífica escritura y fluido estilo, de modo que no se le hace a uno difícil imaginar todas las situaciones, que por otro lado, dejan campo para reflexionar. Al menos, a mí me lo produjo.

Por ejemplo, "hay demasiadas novelas y gente que las escribe". Pues sí. Millones de títulos por año, librerías virtuales y físicas abarrotadas de novedades cada semana, cada mes. Millones de historias que prometen el cielo y la tierra, escritas por autores de todos los tamaños, colores y sabores. El universo de la oferta es abrumador, tanto, que produce la instantánea sensación de que no vale la pena ni siquiera el esfuerzo de plantearse una idea para una novela. ¿Para qué? ¿Cuáles son las posibilidades de que alguien se entere de su existencia, no digamos se maraville de ella?

Por otro lado, esto es así en todo. La verdad es que vivimos en un mundo abarrotado y lo hemos hecho desde siempre. Sí, sí, ya sé que ahora somos más de 7 mil millones, que nunca había habido tantos millones de libros y tantos millones de autores, y que bla, bla. Pero también, ojo, hay miles de millones de lectores. ¿Captan? Lo que sucede hoy en día no es más que un multiplicador de lo que ha sucedido siempre, pues nunca ha habido una época con un solo autor y una sola obra: siempre ha habido muchos literatos y muchos lectores/oyentes de literatura. Lo que ocurre hoy en día es el resultado de nuestra explosión demográfica, nada más. ¿Que nadie leerá mi novela? Es poco probable. Alguien lo hará, aunque sea para enterarse de qué va. Este desmayo que nos produce la multitud siempre existirá aunque queramos dedicarnos a la ebanistería: de pronto descubriremos que hay muchos ebanistas, muchas tiendas de muebles y mucha competencia.

Que no tiene mérito porque cualquier lo hace. En teoría, pues sí, cualquiera puede escribir una historia. Puede comenzar por un inicio, presentando personajes; continuar con un desarrollo, donde describe escenas y situaciones, dramas y otros eventos; y finalizar con un desenlace. En realidad, todos lo hacemos todos los días, solo que no las escribimos, aunque en la era de la Internet, de las redes sociales y de la mensajería telefónica, cuando todos nos hemos visto lanzados a escribirlo todo, no es de extrañar que hayan surgido novelistas hasta debajo de las piedras. ¡Es natural!

Sin embargo, eso no significa que veamos a todos esos novelistas con los mismos ojos. La ilusión de la igualdad no se aplica al talento, a la oportunidad o al carisma. Hay gente que destaca en algo en que no destaca otra gente. Siempre. Aunque todos podemos bailar y todos nos podemos inscribir en un concurso de baile, no todos ganamos premios. Igual sucede con los novelistas y esto también se ve todos los días: hay novelistas que destacan, por X o Y razón, y otros que no. Y cuentistas y poetas y actores y doctores y abogados y cantantes y programadores y científicos y... y... y... Así que pensar que no tiene mérito porque en un mundo superpoblado hay millones de novelistas es un poquito exagerado. Tiene mérito, claro que sí, pues, aunque todos en teoría podrían escribir una novela, la mayoría nunca llega a hacerlo.

El dinero, la fama y la inmortalidad no llegan a través de las novelas. Para la mayoría, no. Eso es un hecho. Pero tampoco lo consigue la mayoría de los médicos, ingenieros, agricultores, maestros y hasta los políticos. Dinero... hum... ya sabemos que se obtiene principalmente vía negocios o vía corrupción, digo, si hablamos de mucho dinero. Si hablamos de cantidades racionales que nos permitan vivir, pues se concede: escribir literatura no ha sido tradicionalmente un medio eficaz para ganarse la vida. Hay que acompañarlo de otras actividades, pero ¡qué caray!, eso se sigue haciendo. La mayoría de los pintores, músicos y cantantes, actores y novelistas se las apañan con actividades supletorias necesarias para pagar las facturas. No es un drama exclusivo de la literatura, sino que atañe a todas las artes, por la forma en que el mundo se ha estructurado. No tiene que durar para siempre, tampoco, pero así es de momento y con eso se vive.

En cuanto a la fama y la inmortalidad, pues ya es otra historia. La fama la tiene cualquiera que haga algo extraordinariamente hermoso o extraordinariamente estúpido. No sé si es algo que uno quiera tener, pero si es por la primera razón, es probable que un novelista no tenga una gran fama, pero sí una agradable que le permita tener un continuum con su labor. Y la inmortalidad... no podemos predecirlo. ¿Novelistas inmortales? Oh, claro que los hay. No lo fueron en su tiempo, pero lo son hoy en día y nada que argumentar.

Lo de la vanidad... Ja, depende del novelista. Los hay que por el solo hecho de haber escrito una novela no se aguantan ni a sí mismos. Y otros que nunca estarán satisfechos del reconocimiento que reciben. Pero en el medio, donde encontramos a los novelistas promedio, las personas normales, yo creo que sí hay un halago agradable a la vanidad bien entendida, cuando se enteran de que sus novelas han llegado a las manos de algún lector que las ha apreciado o las ha alabado. No podemos aspirar a tener ese reconocimiento instantáneo que tienen los músicos o los pintores porque nuestro arte no es "inmediato": debe ser asimilado a lo largo del tiempo, mientras el lector viaja por las páginas del mundo creado por el escritor y lo asume. Es preciso tener paciencia a este respecto. Si has hecho una labor decente, lo más probable es que tu vanidad, la que tiene todo el mundo cuando piensa en un trabajo que ama y le ha costado, se vea recompensada de alguna forma.

Finalmente, lo de la soledad del escritor y su angustia... pienso que en muchos casos, cuando hablamos de novelistas honestos, es más un acicate que un desaliento. De alguna forma, para quien ama realmente escribir novelas, saberse en medio de una lucha titánica por conquistar las cimas del arte literario resulta provocativo, morbosamente alentador. Sí, se siente la angustia. Sí, se siente el desaliento. Sí, se siente la frustración. ¡Ah! Pero cuando llega la conquista, el orgullo y la sensación de triunfo no te la quita nadie, nunca. ¿Es una razón para no escribir novelas? Hum... si eres un novelista falso, que quieres hacerte famoso y ganar mucho dinero con una novela, lo siento: te vas a desalentar. Pero si eres uno auténtico, no creo que esta sea una razón para no escribirla, sino más bien, para hacerlo.

Marías al final declara que la única razón para escribir novelas es porque al hacerlo, el novelista se permite la posibilidad de vivir la mayor parte de ese tiempo instalado en la ficción, en un mundo donde las posibilidades no acaban, en el reino donde todo es posible. Y creo que tiene razón. No importa realmente cuantos problemas tengas en tu vida, en tu trabajo, con tu familia, con tus amigos. No importa cuánto te falta para conseguir seguridad financiera o amorosa o X. No importa si tu mundo real es claro o es oscuro: en el mundo de tus ficciones todo es posible, todo está por conquistar y está al alcance de tu pluma. Solo eso vale la pena escribir novelas.

=) Sonrío y pienso que tiene razón. Pero quizá olvida algo más que está en todo novelista apasionado: No podemos dejar de hacerlo.

19 de julio de 2014

Invitación formal =)

No me negarán que la invitación para el lanzamiento está hermosa ;) Quienes puedan llegar, están cordialmente invitados. Quienes no, luego les aviso de otras. Y de todas formas, a partir de ese día, Señora del tiempo estará disponible. (En este momento está disponible para pre-compra, lo que no es poco decir).
Recuerden también que hay más información en Señora del tiempo y que pueden leer el prólogo en línea ;)


16 de julio de 2014

¡"Señora del tiempo" ya está aquí!

Las cosas buenas tardan, pero cuando llegan producen una mayor satisfacción. =) ¡Estoy en estado de éxtasis! Finalmente, después de dos años desde que proyecté la idea, Señora del tiempo está aquí: mi visión de futuro a 50 años plazo sobre un evento común y a la vez imprevisible, o sea, un terremoto de gran envergadura. Aquí cuelgo la portada y copio la sinopsis =)

Año 2062. Costa Rica. A cuarenta años del trágico terremoto que marcó su vida, Elena Rivera lucha por alcanzar un objetivo que parece imposible: pronosticar sismos con horas de anticipación de manera precisa. Para lograrlo necesita de un crucial encuentro con un ser especial, una persona capaz de medir el tiempo contenido en todas las cosas. Entretanto, en medio de un país gobernado por su absoluto sentido de la seguridad y su extrema confianza en una tecnología de avanzada, una catástrofe se avecina de forma inexorable: un potente terremoto, tan letal como aquel que acabó con la vida de su madre, y ahora amenaza la seguridad de millones de personas…

En un futuro que aguarda a la vuelta de unos pocos años, la trama de
Señora del tiempo transcurre entre el dominio de la alta tecnología y los resabios de antiguos saberes y oscuros prejuicios, contradicciones extrañas que todavía permean la sociedad costarricense del siglo XXI y que pueden ponerla a la vanguardia de la civilización o hacerla retroceder hacia el desastre.


¿Lanzamiento? El próximo 31 de julio a las 6:30 p.m. en Librería Internacional de Multiplaza Curridabat. ¿Ganas de que estén ahí? ¡Todas! ¡Están invitados!

21 de abril de 2014

Tiempos muertos

Ha pasado algún tiempo desde la última vez que me asomé por aquí. Por fortuna, no ha sido por desgana o desinterés, sino por razones muy distintas que tienen que ver con mis novelas: durante varios meses me mantuve en una febril actividad de escritura que no culminó hasta fechas recientes, actividad que se solapó con nuevas actividades ligadas al campo laboral y a la consecución de ciertos deberes pendientes que tienen que ver con mi profesión. En resumen: que estuve muy ocupada. =)

Durante este tiempo tuve ocasión de reflexionar un poco sobre el acto de escribir. Sí, lo leyeron bien: el acto de escribir. ¿Qué tiene de novedoso -en materia de reflexiones- el "acto de escribir"? ¿Qué no se ha dicho, por cierto? Por ejemplo, con ocasión de la reciente muerte de Gabriel García Márquez, alguien tuvo a bien publicar una cita (verdadera) en la que él declaraba que el proceso de escritura era una ardua labor que requería de un gran sacrificio y una férrea voluntad, además de la convicción (en el escritor) de que se estaba en medio de un proceso memorable: "Es que sentarse a escribir un libro, sentarse a escribirlo en serio, es una cosa tan dura, tan difícil, que si uno no tiene la certeza de que realmente está escribiendo El Quijote en cada teclazo que da, no se metería a este oficio, porque hay muchas cosas más agradables que hacer. Sobre todo uno que no escribe por plata [...]", cita que me produce la sensación de que García Márquez no parecía sentir pasión por el acto de escribir en sí mismo, sino que tenía que convencerse de que era un nuevo Cervantes para continuar.

Pues cada quien tiene su idea de por qué escribe y la mía difiere un tantito de la de Gabo: no me siento con la convicción de que estoy escribiendo el próximo Quijote, tan solo disfruto de escribir la historia que me apasiona (porque si la historia no me apasiona, ahí sí: ni la continúo). ¿Que me gustaría que una vez terminada y publicada se vendiera como el Quijote? Oh, pues sí, claro. Qué agradable ha de ser que muchos se tomen la molestia de invertir su dinero -normalmente muy preciado por el común de los mortales- para darle una oportunidad a tu libro de que los hechice. Sin embargo, en el momento justo en que estoy escribiendo la historia, no es esa idea la que domina mi "fiebre". De hecho, ni siquiera sé si alguna vez verá la luz de un nuevo día...

En fin, que no me refería al motivo por el que alguien escribe. La cita de Gabo viene a cuento por el acto mismo de la escritura. He estado reflexionando sobre eso, como antes dije, y he llegado a comprender aquella broma o anécdota, muy posiblemente apócrifa, en la que se presentaba a un importante pintor -quizá Monet, pero no lo recuerdo- recostado sobre un sofá. Alguien pasaba cerca y le preguntaba con amistosa complicidad: "-¿Descansando?", a lo que Monet contestaba: -"No, trabajando". Sin aclarar más su respuesta, el pintor seguía en su puesto y quien le había hecho la pregunta continuaba con su día. Horas después, volvía a encontrarse al pintor frente a un lienzo donde aplicaba hermosos trazos de color. Sonreía de nuevo y preguntaba: "-¿Aún trabajando?", a lo que Monet respondía con gran seriedad: "-No, descansando".

¿Que qué tiene que ver con lo que digo? Mucho. Me hizo pensar en los tiempos muertos.

No son los tiempos que uno pierde viendo tele o mirando para el techo (que por cierto, ya ni recuerdo cómo eran). Se trata de esos momentos, muy numerosos, en los que paso haciendo cualquier otra cosa que no sea escribir, incluyendo, por supuesto, tareas domésticas diarias y obligatorias para el bienestar general, pero mi cabeza está, de hecho, escribiendo.

¿Cómo es eso? Pues, supongo que lo mismo que le pasaba a Monet.

Escribo algo. No importa qué es: una carta, un ensayo, un escrito de trabajo, un cuento, una novela (esta, normalmente en proceso). Lo dejo. Dedico tiempo a otros deberes, muchos rutinarios, y mientras esto sucede, las líneas que he escrito o estoy por escribir se arman y se articulan, se corrigen y se vuelven a articular en mi mente. Parece que estoy cocinando o limpiando o haciendo cualquier otra cosa no relacionada con la escritura. Parece que estoy en un tiempo "muerto" para la escritura,

Sin embargo, estoy escribiendo.

Tan poderosos son esos instantes que a veces, en el transcurso de un día o unas horas, he reescrito páginas enteras, rearmado diálogos, imaginado continuaciones o resuelto algún problema de estilo que parecía imposible. Y cuando termino mi tarea y logro sentarme ante la computadora de nuevo, las palabras fluyen de mis dedos como si hubieran sabido desde el principio qué hacer y hacia dónde dirigirse.

Ya no lo puedo evitar. Se ha hecho parte de mí. Escribir y reescribir, rehacer y corregir. Y luego... "descansar". Es un proceso extraño, pero funcional, que me permitió escribir dos novelas de 250 mil palabras en tan solo ocho meses y que a diario me sostiene en mis documentos de trabajo. No digo, jamás lo diría, que mis novelas están listas para ser presentadas al mundo. No. Todavía necesitan su necesario periodo de revisión y reflexión, pero sé que aun en ese proceso nuevo que habré de emprender cuando vuelva a ellas, mis tiempos "muertos" volverán a socorrerme, a asistirme, en la ardua labor de la escritura.