31 de marzo de 2011

Inspiración o... copia.

Pronto se estrena en la TV la primera temporada de la serie que adapta el primer tomo de la saga fantástica del escritor estadounidense George R.R. Martin, Canción de Hielo y Fuego. El libro se llama Juego de Tronos y la serie fue llamada precisamente así (aunque habría sido más lógico llamarla igual a la saga y no sólo al primer volumen de ésta, pero bueno...). Hay mucha emoción entre los seguidores fieles de la saga literaria, y mucha expectativa, además de temores, por supuesto, de que los adaptadores estropeen el libro, pero considerando la alta calidad de una cadena como HBO, es poco probable que hagan una bazofia, y es de mucho considerar que más bien generen culto. Si la serie televisiva es exitosa, proliferarán los seguidores, y, por supuesto, los programas similares (como sucedió con las películas que Peter Jackson basó en El Señor de los Anillos), no siempre de calidad similar.

¿Es factible que en el campo literario haya muchos Martins a consecuencia de la serie de TV? No diría tanto, porque ya los hay. Sí, Martin ha tenido un éxito apreciable en el mundo de la literatura fantástica, tanto en EEUU como en otros muchos países a los que se ha traducido su obra, en gran parte porque se atrevió a plantear un acercamiento fresco de la fantasía adulta y en parte porque en general es un buen escritor y su historia es apasionante. El problema es que, como suele suceder, cuando un autor obtiene un reconocimiento tan extenso, genera admiración y hasta fanatismo, y tropas de seguidores fieles, no pasa mucho tiempo antes de que aparezcan los imitadores, no siempre de la misma calidad, y por supuesto, sin su originalidad. ¿Es culpa de los autores? A veces. Y a veces de las editoriales.

No ocurre sólo en la fantasía, por supuesto. Ahí tenemos todos los imitadores de Stieg Larsson con su celebrada Millenium, o los seguidores del estilo y trama de Los Pilares de la Tierra que originó un delirio por cierto tipo de novelas históricas como no se había visto en mucho tiempo. No más Dan Brown causó sensación con su El Código da Vinci, ¡cientos de títulos similares con tramas muy parecidas inundaron las librerías! Igual puede decirse de multitud de títulos de literatura infantil en que los protagonistas eran sospechosamente similares a Harry Potter y cop. ¡Y ni qué decir tiene de la ingente cantidad de historias sobre vampiros adolescentes que enamoran jovencitas cándidas a las que no se atreven a vampirizar o a devorar!

¿Por qué no aprovechar el tirón de una moda si se puede?, dirá alguien muy "avispado". Pues no lo culparía, por supuesto. Cuando se trata de un filón comercial, si eres un editor y tienes entre manos un librito muy similar al autor de moda o al tema de moda, pues ni lo dudas. Con la crisis, no te pones a dudar. Pero si eres un autor... es distinto. A ver, entendámonos. Inspirarse está bien. Todos nos hemos inspirado en alguien, desde los albores del Arte hasta nuestros días, nuestra inspiración viene de muchas fuentes, de las cuales, una de las más importantes es la de artistas a quienes admiramos. Estoy segura de que muchos pintores de cavernas se inspiraron en el arte pictórico del vecino que montó un mural bellísimo en la suya y causó sensación en el "pueblo". E igual puede decirse de juglares y cuenta cuentos, poetas épicos y narradores de leyendas. No es una vergüenza, al contrario, es un sine qua non para que haya fluidez en la creación artística.

De hecho, muchos de nosotros que nos dedicamos a escribir sabemos que es muy difícil desprender nuestro estilo o nuestras ideas de aquellos autores a quienes hemos admirado por años o por quienes nos hemos iniciado en la escritura o en el género que más nos gusta. Y de hecho, sabemos también que entre nuestros autores favoritos hay ciertos parecidos que nos inclinan precisamente a leer sus escritos.

Inspirarse, pues, está bien. Te ayuda incluso a ir desarrollando un estilo, una manera de abordar una historia, de tratar un personaje o una situación. Y te vas insertando en un movimiento, una tendencia, un modelo. Pero... y aquí es cuando entra la difícil tarea de establecer líneas separadoras... cuando ya no es la idea general, el estilo general o cierta manera de contar historias, cuando ya es la historia en sí, cuando describes más o menos los mismos personajes, cuentas más o menos los mismos hechos y no te sales de ahí, estás copiando. Y la copia es deplorable.

En el cine se ve cuando alguien hace una película exitosa y viene otro alguien copiándolo. Todo el mundo dice: "¡Puf!" No es una señal de inspiración, sino de falta de imaginación y de talento. Y es más común de lo que parece a simple vista. ¿Por qué caer en ello, si podemos desarrollar nuestro propio arte? Huir de la copia todo lo posible. Respetar la inspiración. No ser el segundo Martin ni el segundo Tolkien. Ser el único Pérez o el original González. Que alguien lea y diga: "Me gustan los libros de González porque son únicos" y no que diga "Bueno, leí a González y era como leerse una mala copia de Martin". Y hacerlo aunque la editorial te presione para que escribas la nonagésima versión de Crepúsculo o de la guerra de los zombies.

Esta actitud más valiente habla muy bien de un autor y lo destaca. De hecho, así se destacó Martin mismo en un principio. No fue otro Tolkien. Fue él mismo. Y ya ven: así sus obras se aprecian y gustan. :)

P.D. No hablo aquí de franquicias ni de "fan fiction". Son temas aparte, que quizá mencione en otra ocasión. ;)

5 de marzo de 2011

Escritura y "escritura"...

El otro día llamó mi atención un reportaje de la revista PROA de La Nación sobre los "destructores del idioma". Entre otras cosas se hacía alusión a un fenómeno muy propio de Internet llamado "HOYGAN": son personas que al escribir en foros, blogs, redes sociales y demás espacios de comentario en sitios de la Red, lo hacen utilizando un castellano plagado de errores y aunque son conscientes de este hecho, no sólo no lo corrigen sino que incluso se enorgullecen de perpetrarlo. En una parte del artículo se recoge la opinión de una persona que afirma que fuera de Internet procura escribir correctamente, pero que en la Red ella es "libre" y escribe como quiera. Por otro lado, y por contraposición a los "HOYGAN", se encuentra el grupo de "talibanes lingüísticos", los cuales se dedican a corregir hasta la saciedad los errores de los otros y a denostar cada vez que pueden dicha práctica.

No considero que escribir sin reglas sea "libertad" ni corregir un error sea "talibán". Pienso que estas nociones están muy mal comprendidas. En mi opinión, que una persona escriba con múltiples fallas ortográficas o gramaticales sólo indica una pobre educación en lengua, y la culpa es del sistema de educación pública y de la propia persona que no se cuida por corregirlo cuando ya es mayor. Nadie que sepa realmente escribir bien escribe mal, aunque esté en "libertad" o sea "espontáneo". ¿Por qué? Porque la mayoría de las reglas ortográficas son asimiladas por el cerebro a nivel inconsciente cuando ya se las domina. Sólo una persona que no las conoce bien o las ignora tiene que realizar un esfuerzo para recordarlas. Así las cosas, si alguien escribe "e echo la tarea" no es porque sea "libre" o "espontáneo". Es porque no sabe escribir correctamente el verbo haber y porque confunde echar con hacer. Eso es deficiencia educativa. En la escuela, ningún maestro corrigió esas fallas. Quizá el mismo maestro las tenía.

Tampoco se es "talibán" por escribir correctamente. Un talibán es un fundamentalista, un purista. Los puristas de la lengua existen, ya lo creo que sí, pero por su misma definición son rígidos e intolerantes ante la evolución natural de la lengua. Por ejemplo, no aceptan los extranjerismos, aunque estén escritos de acuerdo con las normas de la grafía española, porque piensan que sólo es parte de nuestra lengua aquello que nos viene del latín o de las lenguas habladas en la Hispania medieval. Ese es un concepto purista. No tiene nada que ver con saber escribir hacer con hache o tildar las palabras que lo ameritan.

Por eso el concepto de que el "HOYGAN" es libre y el que respeta las reglas es talibán es una falacia, sostenida por los primeros para justificar su ignorancia o su negligencia.

Todo esto me lleva al segundo punto de mi reflexión: ¿En qué afecta a los escritores? Parece que no, pero sí que lo afecta. Hace un tiempo, diversos foros de literatura e incluso en redes sociales, se habló de lo que habla Virginia Pérez de la Puente en este blog tan simpático sobre los deberes de los escritores. Virginia sostiene que un escritor debe, primero, saber escribir. Y cuando se refiere a saber escribir, no estamos hablando de estilo ni de ingenio lingüístico, no. Se refiere a las normas básicas de ortografía y gramática. Yo consideré que su tesis era obvia. Vamos, ¿cómo es posible que un escritor, un ES-CRI-TOR, pueda no saber ES-CRI-BIR? ¿No resulta una pregunta absurda por contradictoria?

Pues parece que no. Resulta que, al igual que los HOYGAN, hay un número preocupante de escritores que afirman que "atarse" a las reglas de la ortografía o de la gramática es una opción pero no una obligación para un escritor creativo, pues lo que "importa" es la idea, la historia, y no el "estilo". Y no es broma. No faltaron quienes denostaron a Virginia por su argumento.

A mí me parece que las opciones lógicas siempre son las mejores, las más sencillas. Un zapatero que no sabe pegar la suela de un zapato no es zapatero. Puedo ser yo, que ni idea tengo de cómo pegar suelas de zapato, pero no es un zapatero. Un ingeniero civil que no sabe calcular la estructura de un edificio no es un ingeniero civil. Puede que sea muy buen padre de familia, pero no es un ingeniero. Un abogado que no conoce la ley, señor, ¿qué está haciendo en un bufete? Un médico que no sabe auscultar a un paciente o no sabe interpretar un informe del laboratorio sobre su paciente, pues que cuelgue la gabacha y se dedique a otra cosa. Un taxista que no sabe conducir, ¿cómo podría ser taxista? Un piloto de avión que no sabe pilotar... Etc. ¿Entendieron mi punto? No se puede concebir a un escritor, por muy buenas ideas que tenga, por muy intensas historias que conciba, si no sabe plasmarlas en un papel. No hay posibilidad de que un HOYGAN sea un escritor. No la hay, porque es contradictorio en su esencia. No hay libertad ni espontaneidad en entredicho. No hay puristas ni talibanes. Es un simple conocimiento de la herramienta básica de tu oficio. Si no sabes usarla, no es tu oficio.

Alguien preguntaba en un foro de escritores qué se necesitaba para ser escritor. La primera respuesta es saber escribir. Esas modas HOYGAN y el lenguaje de los celulares y que "soy espontáneo" y etc. no aplican. No sirven. Son el refugio de la simple ignorancia y de la pereza. Si lo que quieres es ser escritor y no tienes ortografía o tienes fallas de gramática, aprende. Lee, estudia, investiga. Es lo primero. Practica, escribe mucho y corrige. Que te corrijan. No los puristas, que son pocos por fortuna, sino los auténticos maestros que sabían enseñar el uso adecuado del castellano.

Y una vez que sabes escribir de manera decente, adelante. Expresa tu emoción, narra tu historia, juega con las palabras, ejerce el Arte Literario como siempre se ha concebido: como el arte de la palabra.